CAPITAL FEDERAL, Octubre 09.-(Por Mario Wainfeld) Qué se decía a dos semanas de las elecciones, hace cuatro y ocho años. Las tácticas opositoras en 2007 y 2011: todo lo harán otros. Ansiedad en las vísperas, reclamos prematuros. La crisis primermundista actual y la que ya atravesó el Gobierno. Una lógica local que se puso de moda. El parlamentarismo, un debate mal planteado.
En el limbo aséptico de la no campaña, el mayor suceso fue la proliferación de spots publicitarios. Un lector crítico podría señalar que la frase no peca de falsa ni de original. Tan así es, confiesa el cronista, que él mismo la escribió, cerrando una nota similar a ésta el 14 de octubre de 2007. En plan de sinceridad, agrega que revisó las ediciones de Página/12 de dos semanas antes de las presidenciales de ese año y de 2003, en busca de comparaciones. Lo motiva la desazón: cuán difícil es un abordaje interesante del cierre de la competencia, lo que atribuye (en esencia) a que todos dan por hecho su resultado, en trazos gruesos. Así será, aunque también hay constantes dignas de mención. Hagamos, pues, una breve panorámica retrospectiva.
En 2003 las elecciones venían (y fueron) reñidas. En 2007, estaba cantado el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner y el segundo puesto de Elisa Carrió, aunque Lilita negaba la veracidad de las encuestas, que resultaron bien rumbeadas.
De cualquier modo, en ambos casos, se preveía el desenlace. Hace ocho años, quince días antes del comicio, se veía venir que el ex presidente Carlos Menem saldría primero con algo así como el 25 por ciento de los votos, una cifra muy afín a su techo para la segunda vuelta. Néstor Kirchner pintaba para segundo y ganador inexorable en el ballottage.
La tapa de este diario no reflejaba esa disputa, a la que desde luego dedicaba mucho espacio interior. Bajo el título “El ejército de las sombras” daba cuenta de la sanguinaria invasión norteamericana a Bagdad. La crítica a la guerra de Irak, un hecho cuyo efecto boomerang se percibe hoy en la política doméstica norteamericana, justifica retroactivamente esa decisión editorial.
Este cronista daba cuenta, en su nota sobre política local, de la barbarie yanqui, del antiimperialismo expandido en la opinión pública argentina. Y luego reseñaba las perspectivas de la elección presidencial. Rezongaba lo suyo sobre la falta de sustancia de las campañas.
El 14 de octubre de 2007 la tapa de Página/12 se ocupó de las derivaciones de la histórica condena al sacerdote Cristian Von Wernich por crímenes de lesa humanidad. El cronista dedicó una columna a ese hito en la lucha por la verdad y la justicia, otra a las elecciones presidenciales. El eje temático de ésta fue el precio del tomate y no se trataba de un delirio del autor. Ese punto, presentado como un signo predictivo de la hiperinflación, como un cambio forzado en los hábitos alimentarios de la población, como una prueba del agotamiento del kirchnerismo, era menú común en medios y entre opositores. Varios de ellos, es piadoso olvidar quiénes, fueron a supermercados a testear los siderales precios del tomate, al que habría que dispensar de culpa, como predicaba una bella canción de los republicanos españoles. Se fotografiaron con changuitos (de súper, se entiende), auguraron que muchas otras frutas y hortalizas (el limón, sin ir más lejos) se irían de órbita y serían expulsados de “la mesa de los argentinos”.
En aquel cercano entonces, los dirigentes opositores más taquilleros jugaron sus fichas durante meses al colapso energético y al desenfreno inflacionario. O sea, cifraron su futuro en circunstancias ajenas y remotas a su esfera de decisión, más allá de las malas ondas que propalaron. Los hechos los desautorizaron, el tomate no igualó al oro. Perdieron, como se veía venir.
En 2011 hubo amagues para inflar presuntos hechos-catástrofe que podrían torcer el veredicto popular. Pero, cree leer el cronista, las tentativas fueron menos potentes que antaño y se diluyeron en plazos breves, cuasi semanales. Las denuncias contra el malo de Sergio Schoklender, las denuncias del bueno de Sergio Schoklender, el secuestro y asesinato de Candela Rodríguez, sin agotar la nómina que no se extendió demasiado. Un aire a fatiga encuadró esos arrebatos.
La falta de iniciativa opositora fue, es remanido, la norma. Su mayor apuesta fue a que el pronunciamiento popular supliría y repararía sus falencias políticas. A través del “voto útil” repararía la diseminación de la oferta opositora, su dolorosa carencia de liderazgos. El portento acontecería en la primera vuelta o en las Primarias Abiertas, que primero consideraron una engañifa incumplible y luego una instancia menor, errándole al vizcachazo por partida doble.
Las Primarias se concretaron en tiempo y forma, los opositores subestimaron su potencial, tanto como el valor que podría tener para ellos una interna abierta.
Y acá estamos, con campaña floja, internismo chocante que seguramente será potenciado a la enésima potencia después del 23 de octubre. Un final que se considera consumado pero que no ocurrió aún.
Los augures del fin de ciclo: Formadores de opinión, analistas y académicos “anti K” pueden darse el gusto de ningunear los comicios en aras de anunciar el fin del ciclo oficialista merced al agotamiento del viento de cola y a los problemas endógenos, la sucesión entre ellos. La crisis internacional los llena de algazara pues corrobora sus presagios, tan parecidos a sus deseos como dos gotas de agua.