Carlitos, un pibe común

Dos meses antes, también la Bonaerense

Mientras persisten el dolor y la conmoción en la ciudad por el trágico destino de los Pomar, se cumplen dos meses del injusto e inexplicable homicidio de Carlitos Quiroz, a manos de la Policía. Dos casos distintos, pero que se unen en el dolor de lo
Mientras persisten el dolor y la conmoción en la ciudad por el trágico destino de los Pomar, se cumplen dos meses del injusto e inexplicable homicidio de Carlitos Quiroz, a manos de la Policía. Dos casos distintos, pero que se unen en el dolor de lo

PERGAMINO, Diciembre 21.-(Semanario “El Tiempo” reproducción de PergaminoCiudad) Donde el ejido urbano altera su geometría; donde las rectilíneas calles se transforman en serpenteantes senderos, mitad de tierra y mitad de pozos; donde la vida transcurre de otra manera; atrás de la Escuela Nº 8, está la casa donde vivía Carlitos Quiroz, un chico que murió a los 15 años. Tan sólo por ser pobre, o tan sólo porque la Policía Bonaerense nos suele sorprender con lamentable reiteración con fatales actitudes.

 

Mientras subsiste en el ánimo de los pergaminenses esta mezcla de congoja y de impotencia, surgida del triste final de la familia Pomar-Viagrán, se sigue cuestionando -en todos los niveles y con toda dureza- la manifiesta ineficiencia demostrada por quienes debían encontrar un Fiat Duna Weekend y a sus ocupantes.

 

Es unánime la condena ante la negligencia y la impericia, pero el mero relevo de las jerarquías no puede ocultar las consecuencias de lo que hicieron -y de lo que no hicieron- miembros de la institución.  Por estos días se cumplen dos meses de un hecho que también remite a la Bonaerense. Pero aquí no hubo omisión, al contrario: hubo acción. Incorrecta, inconcebible, trágica.

 

Como se recordará, efectivos policiales ultimaron a un chico común, sin armas, sin antecedentes, y -peor aún- sin motivos. Aunque se sucedan los desatinos, aunque nuevas noticias tapen a las anteriores, no nos olvidemos que Carlitos era un pibe común. En calle Chacabuco, cerca de donde corta Mandarino, está el potrero donde Carlitos hilvanaba sus sueños de futbolista, dibujando en el irregular terreno, carente de césped y de otras suntuosidades, las piruetas que después festejaban los douglistas, que sabían de su condición goleadora expresada en los arcos de las categorías inferiores.

 

Su sueño era triunfar en el fútbol, y ganar dinero, y comprarse una moto grande, y ayudar a su familia, que siempre lo acompañó, que siempre lo quiso y que nunca olvidará su sonrisa de pibe pícaro y entrador. Enfrente está la casita modesta de la familia Quiroz. Juan Carlos, padre ahora solamente de tres chicas, recién vuelve de trabajar.

 

Con el respeto de la gente simple, acepta hablar para este Semanario y nos sentamos afuera, junto a la puerta desde donde se percibe el interior humilde de la vivienda, donde su esposa, María Amelia Konrad, calienta el agua para el mate, tan sólo para ocultar su llanto del cronista.   En la pared revocada, una jaula con pájaros recuerda otra de las pasiones de Carlitos.

 

La charla, algo tensa pese a la calidez del anfitrión, a veces se entrecorta por los recuerdos y el dolor se anuda en la garganta; pero los perros no se inmutan y permanecen sentados cerca, como siguiendo con atención la semblanza que traza el padre sobre su hijo recién muerto.

 

“En algunos medios salió que Carlitos era un delincuente. Pero desde el primer momento el fiscal revisó todo, y no encontraron ni un arma ni nada. Por eso digo que a veces los medios se equivocan, primero tendrían que asesorarse bien antes de dar ciertas informaciones”, reflexiona el papá; más, no se queja, o no lo demuestra. (Permítasenos en este punto un desvío profesional: realmente deberíamos reflexionar sobre lo que se dice en los medios).

 

“También dijeron que era un chico de la calle y nada que ver. Iba a la escuela, después hacía las tareas, jugaba al fútbol y como cualquier otro chico después andaba por ahí, con los otros chicos. Carlitos era un pibe común, que nunca tuvo ni una entrada a la Policía. Por eso esto duele tanto, señor. Yo ando más en la calle, y me puedo despejar un poco, pero para la madre es una ausencia permanente. Ella está en la casa y entonces está más atada a cada recuerdo. Carlitos era muy compañero, se hacía notar mucho en la casa; además, al ser el único varón era muy apegado a la madre”, dice este hombre llano, de trabajo, que contiene con esfuerzo las lágrimas.

 

Pero no afloja. Confía en la Justicia y en el accionar del fiscal Guillermo Villalba: “Lo que esperamos es que puedan trabajar sin que les pongan obstáculos, que no dejen archivada la causa. Sólo queremos saber dónde está esta gente. Sabemos que el policía Fernández pidió atención médica; tiene todo el derecho de pedir las atenciones que correspondan, pero no queremos que le den arresto domiciliario alegando que está enfermo, porque para hacer lo que hizo no estaba enfermo”.

 

- Del lado de la Policía, ¿se comunicaron con ustedes, les dieron alguna explicación?

 

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